24/12/18


Alguna vez, el hombre que creyó ser hombre intuyó que éramos sangre, huesos, tendones no más. Alguna vez, el hombre que creyó ser hombre se equivocó hasta la médula y, al llegar, la miró de frente y afirmó negando: no somos médula, ni sangre, ni huesos, ni tendones no más. Y el hombre que creyó ser hombre buscó en su mochila y apenas alcanzó a sacar una flauta de hielo y una espátula sin mango. Puso los escombros de su cuerpo sobre la mesa de café y distribuyó vísceras y estructuras a la vista de los viandantes. Allá, sentado, mirándose de frente, sangrando el olvido, anhelando un cuerpo no más, una sangre no más, unos huesos quizás, unos tendones no más, el hombre que creyó ser hombre pudo balbucear una frase entremezclada con su último suspiro de hombre que era hombre. Los cien pelícanos que siempre lo acompañaban con la boca cerrada alcanzaron a escuchar el sabio susurro de los moribundos: somos, de ser algo, memoria no más, tejido gaseoso a la intemperie, pleamar de afectos y de saña, vigilia desdentada a la espera de que sangre, huesos y tendones vuelvan a ser tierra no más.