17/5/13

Una terca resistencia a la tristeza

Hay mil razones para encerrar la sonrisa en la última gaveta de la memoria. Las hay. Son todas viscosas, pegajosas, porfiadas, sofocantes, ladillas de realidad que posan sus liendres en los recodos sudorosos del día a día. Un sistema zafio, unas formas de trabajo des-almadas, unas relaciones tendentes a la vacuidad que pueden esterilizar las mejores de las energías.
Conozco cada una de esas razones. Las he vivido, sufrido, escupido, agitado... sin remedio, sin descanso. Pero, mi bien, es la vida la que contrarresta ese bombardeo de lastre con momentos hermosos en los que refugiarse, en donde re-almarse, en los que reencontrar la sonrisa esquiva, la emoción limpia, el trémulo cambio de piel que todos anhelamos. Después de haber paseado varias veces por el desierto, me atrevo a decirte que, existiendo mil razones para el hastío, no hay razón para rendirse. No hay razón, y no hay opción. Ante la ladilla descorazonadora, la ladilla de la convicción, de la terca resistencia a la tristeza, de la alegría infinita de compartir contigo los minutos, los alientos, las miradas. Ante los rotundos decretos de la aflicción, la imprescindible conexión con el poder reparador de la alegría rebelde, del compartir don los otros lo bueno que reside, aún, aún reside, en los seres humanos, en los empeños colectivos de quienes, en franca minoría, no se resisten a perecer.
Si te sirve... te ofrezco mi alma contenta, mi fácil torpeza cotidiana, mi abrazo de manta de viaje, mi seguridad en este presente azaroso, mi negativa a enfangarme en el futuro incierto.

10/5/13

Pesos y liviandades

Qué cabrón esto de andar con la balanza. Cuando vemos, cuando sabemos, medimos los esfuerzos y las injusticias, los tanteos y las trincheras. "Conviene que no sea muy profunda para sacar la cabeza; sería inteligente que no sea muy larga para que no se convierta en una fosa común cargada de anhelos". La trinchera en la que nos jugamos esta vida, amor, está construida de lucidez, pero no evita ni los disparos ni las servidumbres.
Tu y yo logramos arrumar sacos cargados de caricias, de miradas cómplices, para soportar los embates de este sistema tan poco humano de vivir. El molusco viscoso de trabajo trata de agarrarse a tu espalda para hacerla vencer, mientras yo la apuntalo con el contundente aliento de mis huellas. Las sombras del dolor hacen todo lo posible por ajar la solidez de mi [buen] humor, por convencerme de que no tiene sentido seguir sembrando en estos bancales cansados de heladas provocadas y de sequías calentadas en las aulas de la obediencia. Lo logramos, logramos rearmarnos, logramos alentarnos con los alientos propios y las fuerzas contagiosas de los locos que han escapado de las camisas de fuerza que regalan en  los centros comerciales. Vamos juntos, estos pesos no pueden con la liviandad de estas alas que tejemos al abrir los párpados a la vida.

1/5/13

El puente

Claro... no es lo mismo construir un puente para salvarse, que levantar uno para compartir. No es lo mismo poner bloque a bloque con el agua al cuello, que desde la calidez y la seguridad que da tu voz, tus manos, tu inverosímil capacidad de sacar lo mejor de mi.
Desde ahí, con vocación campesina, estamos construyendo un puente con semillas. Acá plantamos ideas rebeldes, allá acomodamos simiente de convicción, junto a ellas ponemos las que van preñadas de alternativas. Las cubrimos con un paraguas al que le pusimos nombre y las compartimos con los conocidos por conocer, esa gente que a ti y a mi nos hace recuperar la confianza en la especie o, al menos, no perderla del todo.
Construir el puente es sólo la consecuencia directa de este amor que deja todo el espacio para anudar otros lazos porque -y aquí está la clave- no hay construcción colectiva vigorosa que no parta de una cabaña repleta de energía, de fuerza anclada en tus abrazos, en los míos, en las palabras que intercambiamos en la distancia inexistente de nuestros labios, en la ternura apasionada que nos conmueve.