23/4/14

El día de las palabras vacías

Hoy es el día de las palabras vacías. Un día lleno de fotos con dedicatoria, de dedicatorias de foto y de programas especiales sobre la nada. Palabras vacías en stands repletos, fiesta tribal del consumo cultural, consumo tribal del producto menos valorado del sistema.
El libro es un artificio en esta época de espectáculo. Esto de que no se mueva, de que no interactúe con el consumidor, de que pese, de que piense… esto no gusta a unas mayorías embelesadas con los concursos de la vergüenza televisiva o los fuegos artificiales de los fastos oficiales.
Celebran el día del libro los alcaldes, esos que no leen, los tenderos, esos que no leen, los periodistas, esos que leen tan poco, los autores de fama, esos que necesitan consumo para prender la gasolina de su creatividad.. El top ten de ventas de una semana cualquiera nos pone en primer lugar a Isabel Allende y su pseudomisticismo realista mágico de El juego de Ripper; en segundo lugar está Yo fui a EGB, un denso ensayo sociológico de avanzada; el tercero es Miguel Ángel Revilla, con su agropop vulgaris titulado La jungla de los listos; el facilongo Bajo la misma estrella, de John Green es el cuarto y tiene que competir con En La Orilla, de Chirbes, que se cuela en la lista porque los popes de la crítica le han concedido la cuota de calidad del mercado; Alfaguara cuela en la lista La verdad sobre el caso Harry Quebert, uno de esos best seller que no se cuela entre las manos si no te lo meten antes por el telediario; Cosas no aburridas para ser la más de feliz se presenta como libro y está el séptimo en las preferencias de unos adultos que necesitan de pegatinas, frases facilonas y estupidez envasada para superar el día a día; Julia Navarro y su maquinita de juntar palabras se tiene que conformar con el octavo puesto; El guardián invisible, de Dolores Redondo, recurre a la fórmula de pseudonovela negra para entrar al mercado y, por último, el Gran Wyoming, convertido en el filósofo más lúcido del país (manda huevos, como diría un prócer nacional) cierra la lista de preferencias masivas.
Si la cosa está así, mejor no hacer ferias del libro, ni días del libro, ni actos falaces en los que se habla de las bondades de la lectura mientras en el colegio se promociona la velocidad excitante del videojuego. Hay día del libro, porque sólo se eligen “días de…” para los valores que venden en este sistema (de la felicidad, de la madre, del deporte…) o para lo que no le interesa a nadie (los derechos humanos, los libros, la erradicación de la violencia contra la mujer…)

Apuesto yo por hacer días más populares o más estúpidos: el Día de Belén Esteban, el del Voto Inútil, el de la Wii, el de la Indolencia o el del Buen Ciudadano… El del libro… el de las palabras vacías…, de momento, lo celebraremos con algo original, como leyendo a Cervantes, comprando un libro de García Márquez o buscando un autor para tomarnos una foto ¿Os apetece el plan?

20/4/14

La sangre

Es la sangre del otro la que riega el progreso. El progreso de las religiones, el progreso de las naciones, el progreso de los tecnócratas, el progreso de los empresarios, el progreso…
La palabra mágica se repite en procesión, encapuchados cobardes, incapaces de dar la cara, pasean imágenes de madera para que el otro se postre ante ellas: iconografía de sangre, de martirio, de mentiras disecadas, mutadas en el tiempo, a conveniencia del progreso de los que dictan la fe (Fe. Dícese de la material fecal ciega por naturaleza de la que están compuestos nuestros miedos].
Progresa el hábil de manos en la mesa del trilero, el rápido de reflejos en el parqué de la Bolsa, el palabrero sin contención que ocupa los púlpitos, el engominado que esconde su mala baba debajo del capirote y que al terminar su día santo volverá a sus quehaceres impíos. Progresa en el escalafón el policía y progresa el lameculos; progresan las mujeres objeto al convertirse en mercancía y progresa el chuloputas que las comercia cuando abre oficina de publicidad y otras sabrosas bicocas. Progresa Dios y su industria milenaria, progresan los censores del mercado con su sapiencia en materia de gustos, progresan los poetas del régimen, los escritores que gustan de premios y cocteles. Progresan, sí progresan, los milicos metidos a mesías, los mesías metidos a gurús, los gurús metidos a anacoretas, y los anacoretas que regresan del desiertos infectados de santidad.
El engranaje del progreso se lubrica con sangre, con nuestra sangre. Lo sabemos y por eso no duele. Dóciles, dispuestos a dar el todo por la patria, por la fe, por el equipo de fútbol o por la puta madre que nos parió, entregamos nuestra sangre sin casi darnos cuenta. Somos los de “mantenimiento”, los que permitimos que este sistema funcione casi a la perfección [la perfección, téngase en cuenta, requiere de sobresaltos, conflictos armados, hambrunas y distracciones varias para fijar preferencias e instalar el miedo en los maquinistas de clase media que mantienen fijo el rumbo].

Es así de fácil. Y de doloroso. Para evitar las punzadas sólo hay que seguir adelante, progresar, no mirar al paisaje devastado que dejamos atrás ni a las víctimas “colaterales” que caen a nuestra vera. Por eso nos gusta tanto el progreso, es la perfecta huida que anestesia, la cuota de sangre mínima que debemos aportar a cambio de vivir dopados, sedados de alma, escasos de indignación. La mayor cuota la ponen los que realmente están bajo, aprisionados por el pesado lastre de la minoría, impotentes ante la arrolladora máquina de progreso que pasa a toda velocidad por delante de sus chabolas y de su miseria. 
“Si no salen de ahí es porque no quieren”. Si no salimos de aquí es porque no queremos. Es la única verdad del sistema y del progreso. Si quisiéramos, si realmente quisiéramos, dejaríamos de trabajar para ellos [y para ello] hoy mismo, tomaríamos plazas, edificios oficiales y templos, cultivaríamos en los parterres y en las fuentes, compartiríamos las sonrisas y comerciaríamos con los restos de su vergüenza “hasta agotar existencias”. Si quisiéramos comenzaríamos a vivir sin pedir permiso. No nos creeríamos el sueño productivo de los capitalistas oficiosos. Tampoco el de los marxistas oficiales. Construiríamos una comunidad llena de conflictos para los que encontraríamos solución entre todos. Pero eso no necesita de sangre, sólo de conciencia: conciencia de clase, de especie, de seres dignos. Sangre tenemos mucha y cuando falta se hacen campañas urgentes de donación. Dignidad… para eso no hay donantes, que es un asunto escaso en un territorio habitado solo por mercancías: unas inertes; otras, llenas sólo de sangre.

13/4/14

Extrañamientos III

La ciudad es extraña. Hace sol donde debería nublarse la mirada. Hay alegre bullicio inconsciente donde el silencio de velatorio podría marcar las horas. Unos jóvenes tocan, encorsetados, instrumentos nacidos para ser libres. Las autoridades subvencionan la estupidez en lugar de permitir que se desarrolle gracias al libre mercado. La máquina de tabaco escupe ginebra en lugar de ron. Y tu. Tú no estás. Así, desconcertado, trato de superar la loma para protegerme en nuestro universo. Justo antes de llegar, el tráfico me recuerda que nada ha cambiado. Al fin.


14 de abril

Te acuerdas. Tus abuelos cambiaron el anverso de la Historia y, durante un breve instante, nos hicieron dignos. Después llegó el silencio de la muerte, el denso hedor del miedo, la turbulenta quietud de los buenos, el desprecio cincelado en cada represa… ¿Y tu?, ¿y yo? Aquí tranquilos, inermes ante la humillación cotidiana, dispuestos a tragar polvo en cada giro del camino, cansados sin saberlo de ser quienes somos: malos herederos de una tradición rebelde que quedó en cada muro, de cada cementerio, de cada pueblo, de cada juicio si juicio, en el que nos fusilaron… ¿sientes, al menos, la herida?