Hoy voy a firmar unos cuantos decretos.
Me he otorgado poderes excepcionales para legislar sin razón y para sentir sin limitación.
El primero tendrá que ver con nosotros,
por supuesto. Determinará con exactitud nuestra obligación de dedicarnos en
cuerpo y alma a nuestros cuerpos y almas, el ineludible deber de ser lo que
somos dejando como víctimas, únicamente, al tedio y a las tentaciones de rendición.
El segundo es probable que se centre en
el paréntesis obligatorio en el que deberán entrar rutinas y horarios, empleos
y estupideces. El tiempo no puede consumir en asuntos tan insignificantes para
el ser humano como producir o triunfar. Claro está que esos asuntos fútiles son
de extrema utilidad para poderosos y religiosos de la mentira, pero como
presidente plenipotenciario los mando al carajo y decreto la libertad
incondicional para trabajadoras, putos y desempleados, les concedo el subsidio
del afecto y la fraternidad y los condeno a cagarse de la risa cada vez que vean
un empresario buscando carnaza para sus factorías de dolor.
Estoy pensando el tercer decreto pero,
mientras lo defino, me voy a concentrar en tus ojos, en tu voz, en meterme tan
dentro de ti que la oposición, siempre dispuesta a amargarnos la fiesta, no me
pueda encontrar.
Divúlguese y cúmplase (o no)
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