Ay de los bienaventurados que caminan convencidos de su protagonismo en la vida mientras los hilos de sus miserias se tejen en los tétricos talleres del neoesclavismo.
Ay de los menesterosos que con extremo cuidado pliegan la sábana en la que luego babean pero que son incapaces de dar un abrazo al desconocido sin remilgos.
Ay de los bondadosos que se conmueven frente a la pantalla rebosante de dolor mientras la vida acontece en la burbuja mediaclasista en la que se protegen de la mugre universal.
Ay de los maliciosos que destilan sarcasmo y cinismo en la misma botella en la que tratan de atrapar la bilis de la que no logran despercudirse a pesar de los espasmos.
Ay de los profetas tecnológicos que fían todo a una tabla de valencias en la que la química se reduce a la física y en la que las vísceras sufren cortocircuitos de energía renovable.
Ay del medianero que hace equilibrios en la falsa equidistancia para poder mirar al resto de la superioridad centrada mientras el mundo se tambalea en estridentes aterimientos.
Ay del ducho conductor de masas que se dirige al abismo pensando que la sima es la antesala de un salón de baile en el que los giros serán predichos por las encuestas.
Ay del arquitecto ecológico incapaz de entender que cada ladrillo reciclado con el que construye el presente no es más que el escombro mohoso de un futuro de derrumbe.
Ay del defensor de derechos humanos que clasifica a los seres para excluirlos de los derechos mientras su cuenta aumenta con cada generoso donativo de los bondadosos.
Ay de la lideresa trasversal que vende su agria jalea en botes de mermelada tratando de que consenso suene a cucaña y que reforma suene a abolición.
Ay de los nadie esencialistas que renuncian al hermanamiento con los otros nadie a cambio de una pequeña etiqueta que le proporcione un lugar en el gélido mundo al que nadie le ha invitado.
Ay del que cifra sus anhelos en objetos y deseos efímeros porque su nueva aspiradora sin cable puede ahorcarle a más distancia que su vieja aspiradora de cadenas y poleas.
Ay de vosotros, optimistas del presente, porque el futuro será una decepción encadenada en la que sólo las pastillas lograrán manteneros en la noria de la vida anestesiada.
Ay de nosotros, iluminados en las tinieblas, seguros de que nuestro estéril realismo nos proporciona un pedestal desde el que presenciar el apocalipsis.
Ay de los apocalípticos, empeñados en desactivar de su genética la atávica capacidad de rebeldía escudados en el tamaño del alud que soportan sus pestañas.
No hay buenas nuevas para aquellos inconscientes del tiempo en el que habitamos, para las que se anclan al presente para no sentir las obligaciones del pasado, para no tener que ser ancestras del futuro.
No hay tiempo para el que no se alía, para la que no comparte, para el que no se engarza, para la que no se radicaliza, para los que apuestan a lo tibio, para las que temen la resistencia, para las que sólo confían en el voto, para los que sólo acumulan espejos, para las que no se sienten parte de la madre tierra, para los que sólo saben comprar a la tierra y vender a la madre, para las que practican el cómodo activismo de ratón, para los que sólo son activistas, para las que se obsesionan con las urgencias, para los que se enrocan en la metafísica, para las que se miran al ombligo más de lo que una pestaña tarda en caer de la rama, para los que conjugan yo más de lo que una rama tarda en temblar al paso del rinoceronte.
El nuevo tiempo no será mejor. Más, alguien tiene que asumir que para vivirlo dignamente hay que practicar lo plural, lo común, lo inimaginado.
Sólo lo imposible hará posible la vida;
sólo la terca resistencia colectiva ayudará a que no crezca la herida.