Nada hace pensar que ese hombre que corre detrás de un
carrito precario, amarillo, ajeno, es, además de un presto cartero, un
mensajero de la dignidad. Es difícil prestar atención al alma que bulle dentro
de esa mujer que nos trae el recibo de la energía o la parca comunicación del
robo bancario –casi nada aguarda ya en el buzón que tenga sabor conocido o
necesario-. Ella es la chasqui de la memoria imprescindible, de la lucha
inaplazable.
Estos carteros se reparten áreas y se echan el mundo a sus
espaldas. Cuando se quitan el uniforme al que hace tiempo desnudaron de
autoridad, cargan la maleta del exiliado, agrupan los 20 testimonios que
representan a millones de perseguidos y se empeñan en que a cientos de
kilómetros de la cuadrícula asignada se escuche el grito de verdad al que jamás
parece llegar la justicia y que nunca probará la insuficiente reparación.
Los carteros de Orihuela hablan de Miguel, el único Miguel
que tiene sentido en el pueblo que lo mató; relatan la soledad impertinente a
la que les (nos) someten los indolentes o los cómplices; desgranan grandes éxitos
en pequeños espacios de pensamiento crítico y dignidad; caminan y caminan, como
sólo saben hacerlo los carteros, llevando el mensaje indeleble del compromiso.
Y, como una de las mujeres que dan testimonio en el documental
que los carteros militantes produjeron a fuerza de obstinación, repiten sin
cesar… “hay que seguir luchando”. Por ellos, por nosotros, por el presente,
desde el respeto al pasado hasta construir otro futuro.
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