9/6/09

Ni una gota a la Shell

El 10 de noviembre de 1995 los sicarios de la Shell y de la dictadura nigeriana mataron a Ken Saro-Wiwa y a otros ocho líderes Ogoni en Nigeria. En aquel entonces, el escritor y activista protestaba contra el desastre ambiental y los abusos cometidos por la empresa anglo-holandesa -¿les recuerda algo a lo que está aconteciendo en Perú, o en Colombia o en Panamá?-. Desde entonces no se me ocurre echar una gota de gasolina en una estación Shell. No es el único abuso cometido por esta petrolera en Nigeria. Tampoco es la única multinacional del petroleo involucrada en violación de derechos humanos. De hecho, la mayor parte del combustible que consumimos está manchado de sangre, claro que es sangre de pobre, por su puesto.
Ayer, la Shell, aunque sigue declarándose inocente, pactó una indemnización de 15,5 millones de dólares para evitar un juicio que lleva peleándose en NYC desde hace 10 años. No se ha hecho justicia, nunca se hará. El poder económico, casado siempre con el político, eparte algunas migajas para evitar mala publicidad: algunas veces paga indemnizaciones, otras, construye una escuela, otras, entrega un cheque a un orfanato... pura mierda para tapar mierda.
Hace 14 años me impactó terriblemente la muerte de Ken Saro-Wiwa... hoy me escandaliza que con un pinche cheque estos cabrones salgan limpios. Matar a un líder Ogoni cuesta 1,7 millones. Visto desde otra perspectiva les salió costoso: a Uribe, García u otros protocónsules del imperio les sale gratis.
Ni una gota, insisto, ni una gota.

Un poema de Saro-Wiwa


La verdadera prisión
No es el techo que regalima
Ni los mosquitos que zumbean
Dentro de la celda húmeda y miserable
No es el chirriar de las llaves
Cuando el vigilante os recluye
No son las magras raciones
Impropias para la béstia o para el hombre
Tampoco los dias vacíos
Que se unden en el vacío de la noche
No es eso
No es eso
No es todo eso
Son los engaños introducidos
Por nuestras orejas durante toda una generación
Es el agente de policía enfurismado
Ejecutor sin ánimo de órdenes calamitosas
A cambio de una paga miserable
El magistrado que consigna en su libro
Una pena que no es merecida
La decrepitud moral
La ineptitud mental
Ordinaria de los dictadores
La cobardía disfrazada de obediencia
Escondida dentro de nuestras almas denigradas
El miedo que moja los pantalones
Que no se atreven lavar
Es eso
Es eso
Es eso
Querido amigo
Lo que transforma nuestro mundo libre
En lóbrega prisión

1 comentario:

El Librero dijo...

Mi querido Paco,


Fernandez Liria lo explica mejor que yo:



"En un mundo en el que las estructuras son mucho más inmorales de lo que jamás pueden llegar a serlo las personas, la cuestión crucial no es saber en qué medida somos piezas de ese engranaje estructural o en qué medida podemos dejar de participar en él. Esto es lo que a veces sugería Günther Anders, pero no es ni mucho menos suficiente. Dejar de llamar por el móvil no vale absolutamente de nada y dejar de consumir coca-cola, de casi nada. Puede que negarse a trabajar en la industria del armamento valga para algo si se consigue que ese gesto sirva de propaganda a los programas políticos pacifistas. De lo contrario, ese gesto no sirve más que para que corra un puesto la lista de parados que esperan a trabajar en cualquier cosa y a cualquier precio. Retirar el dinero de una cuenta de Caja Madrid si sospechas que esa entidad invierte dinero en la producción de armamento no sirve de nada si luego es para meterlo en el Banco de Santander, es decir, para confiar en el humanitarismo de un sujeto como Emilio Botín. Y tampoco es buena idea esconder tu birria de sueldo debajo de una baldosa.

La verdadera cuestión moral es qué responsabilidad tenemos en que determinadas estructuras perduren y qué estaría en nuestra mano hacer para sustituirlas por otras. Es obvio que eso pasa por la acción política organizada y no por el voluntarismo moral que intenta inútilmente apartarse de la maquinaria del sistema. No es a fuerza de no mover las fichas o de moverlas lo menos posible como se consigue dejar de jugar al ajedrez, si eso es lo que se pretende. Para dejar de jugar al ajedrez y comenzar a jugar al parchís hay que cambiar de tablero. Si no, lo único que se logra es perder el juego, y el juego del ajedrez, no del parchís. No sé si se capta el mensaje: vivimos en un mundo tan inmoral que no tiene soluciones morales, aquí no valen más que soluciones políticas y económicas muy radicales. Y la única cuestión moral relevante que todavía tenemos sobre la mesa es la de qué tendríamos la obligación de estar haciendo políticamente para que el mundo dejara de jugar en este tablero económico genocida. La cuestión no es la de si puedo beber menos coca cola o llamar menos por el móvil para participar lo menos posible en esta matanza. La cuestión es cómo y de qué manera atacar los centros de poder que la generan. Mi responsabilidad en la matanza no es la de llamar por el móvil. Mi responsabilidad es la de aceptar vivir en un mundo en el que llamar por el móvil tiene algo que ver no sé con qué guerras en el continente africano. Es el mundo lo que es intolerable, no nosotros. Pero sí es intolerable que aceptemos de brazos cruzados un mundo intolerable.

Es grotesca la indiferencia que ha habido en la reflexión ética de los medios académicos europeos y estadounidenses hacia el concepto de "pecado estructural" y, en general, respecto a toda la filosofía de la Teología de la Liberación. Se trataba de lo único interesante que parió el siglo XX en el campo de la ética, pero la Academia estaba demasiado ocupada en intentar comprender a Derrida y en hacer el payaso con el dilema del prisionero. Para ser justos, hay que recordar que mucho antes de que la Teología de la liberación planteara el problema, lo teníamos ya abordado con mucha contundencia en la historia de la filosofía por filósofos como Jean Paul Sartre o Bertolt Brecht. Claro que Sartre no está tan de moda como Hannah Arendt, porque Sartre era comunista, así es que se le lee bastante poco actualmente. Sartre había explicado muy bien por qué la elección moral no tenía que ver con elegirnos buenos a nosotros mismos, sino con elegir un mundo bueno. Elegir ser bueno en un mundo en el que no se necesita pecar para vivir de la injusticia que se comete sobre los demás, es, sencillamente hacerte cómplice, no de un crimen, sino, como decía Anders, de "todo un sistema de crímenes". 11