10/4/08

Una nueva vida para salvar la vida

Publicado 08.04.08

Hay que pagarles unos cursitos o unas lecturas a nuestros genios planificadores. Panamá, como buena parte del mundo, se enfrenta al reto del suministro energético, el tratamiento y uso del agua, y al manejo de desechos, que está íntimamente ligado al calentamiento global y a la brutal huella ecológica que dejamos todos y todas en este maltrecho planeta de huecos de ozono y de huecos humanos. Pero nuestros políticos no leen mucho y esperan el memorando de las empresas o de Washington para hacer propuestas de ahorro o manejo tan inútiles como nocivas.
Es evidente a estas alturas del partido que la responsabilidad social corporativa o las políticas públicas de megainversiones no han dado resultado. El estado del ambiente es cada vez más precario y, si hacemos caso a algunos científicos tan pesimistas como yo, probablemente ya no hay remedio. Podemos atrasar el desastre y garantizarle cierta calidad de vida a algunas generaciones venideras, pero ya no hay marcha atrás.
Por eso, haría falta una camada de políticos atrevidos e imaginativos que echaran mano de propuestas menos espectaculares pero más efectivas.
Algunos factores para la reflexión. Panamá depende de manera suicida del petróleo, no solo por el consumo esquizofrénico a bordo de las cuatro ruedas, sino por la generación térmica de electricidad: chimeneas mortales que dilapidamos cada día en nuestros hogares y en negocios con exceso de neón. Nuestro país, privilegiado en fuentes de agua dulce y sana, regala diarreas mortales a sus ciudadanos por un manejo poco adecuado de las mismas y por el derroche brutal que, de contabilizarse, nos pondría los pelos de punta. Por si eso fuera poco, la contaminación de acuíferos, ríos y mares con aguas negras y grises es una sentencia a muerte para todo tipo de vida, la nuestra incluida.
Sin embargo, las soluciones pasan por gastar más electricidad, por quemar más gasolina, por consumir más –y por tanto, por desechar más-, y por talar hasta el último palo del país para instalar un resort o un edificio desde el cual se vea el mar, aunque el mar huela a podredumbre.
Si queremos contener la devastación, lo que hay que cambiar es de modelo de vida. No estoy hablando de empeorar la calidad de vida, sino de modificar muchos de los hábitos cortoplacistas que ahora nos dan placer. Lo demás será pan para hoy y hambre para mañana, medidas que permiten mantener el estatus actual sin pensar en los que vivirán cuando nosotros ya no estemos para rendir cuentas. Aquellos que tiene hijos o hijas deberían tener pesadillas nocturnas y diurnas con este asunto, aunque parece que la paternidad y la maternidad irresponsable ahora también incluye la mala educación a los vástagos para que sigan comiendo como cerdos y comportándose como tales en sus hábitos cotidianos.
Un gobierno valiente le apostaría a un gran proyecto híbrido de energía eólica y solar; un líder visionario metería al país de lleno en la cultura del reciclaje; promovería el compostaje casero y el industrial; exigiría a las empresas privadas la inversión multimillonaria que nos deben en tratamiento de aguas y residuos –y no tanta caridad publicitada en Mundo Social y similares-; penalizaría con impuestos asustadores el uso del plástico no reciclado, el mal uso del agua, los aires acondicionados de baja eficiencia, la venta de detergentes y productos agrícolas o de jardinería con químicos contaminantes, la tenencia de tres carros en una familia de cuatro miembros…
No estoy planteando medidas utópicas, en otras partes del mundo ya se está haciendo y acá, donde la clase media-lata y la alta consume más que la del primer mundo, hay que poner un freno cuando todavía se está a tiempo y quedan un par de selvas y de ríos en condiciones potables.
Panamá dizque es un paraíso, pero ya se sabe que de morder mucho la pinche manzana se puede provocar un terremoto divino por el que hay que pagar karma los siguientes tres mil años. En lugar de ensanchar la ciudad para los carros, hay que limitar el uso de los carros, a cambio de construir inmensas plantas de tratamiento de aguas que son más costosas de mantener que de levantar deberíamos invertir en un cambio de cultura alrededor del agua, en lugar de perdernos en debates estériles sobre un Club de Yates que debería buscarse la vida con los ahorros de sus adinerados socios (aún no entiendo como si quiera se plantea el asunto, se trata del regreso a la era preindustrial de privilegios señoriales) lo lógico sería que el país estuviera inmerso en una gran discusión sobre cómo garantizar el desarrollo sostenible y el futuro de los que aún no han nacido.
[Para C., hoy se está construyendo la memoria del futuro. Una memoria vergonzante por lo que no estamos haciendo: “La memoria es nuestra identidad, nuestra alma. Si tú pierdes hoy la memoria, ya no hay alma, eres una bestia. Si sufres un golpe en la cabeza y pierdes la memoria, te conviertes en un vegetal. Si la memoria es el alma, disminuir mucho la memoria es disminuir mucho el alma”. Si las palabras de Umberto Eco son ciertas, estamos matando el alma del futuro.]

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